Encajonado entre Marruecos y Mauritania,
en el noroeste de África existe un pedazo de desierto, del tamaño de Nueva
Zelanda, que una vez llegó a ser provincia española. Tanto es así, que incluso
el territorio llegó a tener su propia matrícula (SH) y sus habitantes el
Documento Nacional de Identidad Español.
Aquel vínculo político se rompió de forma
desgarradora el 6 de noviembre de 1975 cuando 350.000 civiles, enarbolando
banderas marroquíes y portando retratos del rey Hasan II, iniciaron la marcha
hacia la última frontera de la España colonial.
Por los Acuerdos de Madrid de noviembre de 1975, España transferiría la
administración del Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania, y abandonaría
definitivamente el territorio en 1976 pero, más de cuarenta años después, el
problema continúa sin resolverse y el vínculo todavía perdura…
Aun teniendo en cuenta que, debido a la
cercanía a las Islas Canarias, los marinos y pescadores españoles llevaban
siglos recalando en las costas saharauis, y que se consideraba posesión
española desde 1881, históricamente no fue hasta el año 1884 cuando las
potencias de la época, en la Conferencia de Berlín, se repartieron
pacíficamente el continente africano, reconociendo los argumentos presentados
por España y otorgándole los derechos de colonización del territorio que, más
adelante, se conocería como Sáhara Español y que surgiría de la administración
de dos nuevas colonias: la de Río de Oro en el sur y la de Saguia el Hamra en
el norte.
Las fronteras definitivas del territorio
no quedarían trazadas hasta 1920 y su capital, El Aaiún, no se fundaría hasta
1940. También habría que esperar hasta la década de los 50 para que se
empezasen a explotar los recursos naturales para tratar de costear, aunque sólo
en parte, los importantes gastos que ocasionaba la presencia española en aquel
alejado y poco productivo lugar del mundo.
Con la independencia de Marruecos en 1958,
el Sáhara Español adquiriría jurídicamente su condición de provincia española,
estatus que mantendría durante 18 años hasta la salida de España del territorio
en 1976.
Aquella salida precipitada de España, por
la que transfirió la administración del Sáhara Occidental, pero no la
soberanía, abrió un proceso de inestabilidad en la zona en el que las Naciones
Unidas y la Comunidad Internacional, en general, se han tenido que involucrar… Y
en el que España, como antigua colonizadora, por intereses pesqueros, por
proximidad geográfica a las Islas Canarias y como país de acogida de refugiados
saharauis, ha tenido siempre un punto más de desencuentro en las, ya de por sí,
complejas relaciones bilaterales con Marruecos.
El papel de España
Considerado una “reliquia” de la Guerra
Fría, el conflicto del Sáhara Occidental ha sufrido una desnaturalización con
el paso de los años, llegando a un punto extraño de “ni guerra, ni paz”, una
situación, para muchos estanca y que, también para otros, hace tiempo debería
haber concluido con un reconocimiento de independencia del territorio o, cuando
menos, con un autogobierno con una amplia autonomía.
Causa del bloqueo de la integración
regional, el conflicto del Sáhara viene a demostrar la incapacidad de Argelia y
de Marruecos para superar la desconfianza y la hostilidad, entre los dos
países, emanada de la Guerra de las
Arenas de 1963. El conflicto ha servido para asentar el nacionalismo de los
dos países y, también, a menudo ha conseguido poner a España en una complicada
situación ya que, por un lado, no puede eludir su responsabilidad para la
excolonia y, por el otro, debe de priorizar sus intereses en las complejas
relaciones con un país vecino como Marruecos, con el que está obligada a
entenderse y del que necesita su colaboración para múltiples asuntos.
Además, la situación geopolítica en la
región ya no es la misma que hace décadas. España no sólo necesita a Marruecos
como aliado al otro lado del Estrecho, sino que también necesita de él para
mantener un área de seguridad frente a las Islas Canarias, ante la amenaza que
supondría que determinadas zonas de la vertiente atlántica del Magreb
degenerasen en Estados fallidos o en regiones sin gobierno, donde pudiesen
asentarse y, por tanto, desde donde pudieran actuar con impunidad el terrorismo
yihadista, la piratería, cualquier tipo de tráfico ilegal, etc.
Por tanto, al margen de los vínculos
políticos, morales, afectivos o sentimentales que España mantenga en el
conflicto del Sáhara Occidental, necesita que el problema se solucione con
todas las garantías y eliminando, en la medida de lo posible, cualquier germen
que, en el futuro, pudiera desembocar en nuevos conflictos en la zona.
Es evidente que la crisis del Sáhara
Occidental mantiene hipotecada la política española en la región desde hace
casi medio siglo y que una mayor involucración de España en la búsqueda de una
solución al problema podría ayudar a desbloquear la situación y acercar a las
partes a un hipotético entendimiento. Pero también es cierto que, dada la
trayectoria y los antecedentes reivindicativos, diplomáticos, mediáticos, etc.,
de Marruecos, pudiera ocurrir que, después de una hipotética resolución del
conflicto del Sáhara a su favor, fijara sus intereses hacia otras
reivindicaciones territoriales que, además, pertenecen a España, como podrían
ser Ceuta, Melilla, el Peñón de Alhucemas, el Peñón de Vélez de La Gomera, las
Islas Chafarinas, el Islote de Perejil o las mismísimas Islas Canarias.
Por todo lo anterior, resultaría
perfectamente comprensible que, quizás, lo mejor y más sensato para los
intereses de España con respecto al conflicto del Sáhara Occidental, sea dejar
las cosas como están, manteniendo la postura que tradicionalmente ha seguido y
que, hasta el momento, parece no haberle ido mal. Pero también hay que entender
que la actual situación de estancamiento, de “ni guerra, ni paz”, no va a durar
eternamente y que, tarde o temprano, volverá a estallar un nuevo foco de riesgo
e inestabilidad, por lo que, anticipándose, no estaría de más que la Comunidad
Internacional volviera a retomar el reto de encontrar una solución definitiva,
que intente contentar a todos y en la que, al menos lo pareciese, todos
ganasen, para así ser aceptado por las partes.
En sus discursos de
los últimos años, el rey de Marruecos, Mohamed VI, se ha esforzado en destacar el
reforzamiento de la asociación estratégica con Francia y España. Precisamente
el rey alauita ha querido realzar el papel de España y Francia como sus
principales aliados, y ha esbozado que este “reforzamiento” podría abarcar la
profundización en acuerdos estratégicos en ámbitos “vitales”, como la energía,
las infraestructuras, el desarrollo del comercio agrícola, la lucha
antiterrorista, la cooperación militar y muchos otros, entre los que podría
encontrarse la búsqueda de una solución definitiva para el conflicto del Sáhara
Occidental.
Porque si algo resulta
primordial para la estabilidad de la monarquía marroquí y por ende la
estabilidad de Marruecos como principal aliado de España, de la UE y de Estados
Unidos, en el norte de África y en la lucha contra el yihadismo islámico en la
región, es que el problema del Sáhara Occidental se resuelva de forma favorable
para Marruecos. Una resolución en sentido contrario abriría un periodo de
inestabilidad en el país, en donde otras regiones podrían verse “contagiadas” y
no sería de extrañar que se produjera una cascada de peticiones reclamando más
autonomía o incluso la independencia, como sería previsible que ocurriera en la
región del Rif.
Evidentemente esa
debilidad sería aprovechada por el islamismo yihadista más radical que,
rápidamente, crearía un nuevo foco de inseguridad a las puertas de Europa, algo
que ni España, ni Francia, ni la Unión Europea, ni Estados Unidos, están
dispuestos a permitir y, por tanto, es fácil de adivinar que estos actores
apoyarán los intereses de soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental y
cooperarán con cualquier iniciativa que vaya en esa dirección… aunque antes de
llegar al final la cosa vuelva a “enfriarse” porque, al fin al cabo, los
intereses de Marruecos son los que son, y todos conocen sus antecedentes y sus
ambiciones expansionistas, con lo que tampoco nadie está dispuesto a abrir un
nuevo frente de conflictos.
Además, y llegados a este punto, el rey
marroquí ni siquiera puede “fiarse de los suyos”, es decir, en el caso de que
próximamente hubiese un referéndum sobre la autodeterminación o posible
independencia del Sáhara Occidental, tal y cómo mantiene la ONU, la realidad
dice que los colonos marroquíes introducidos en el territorio tras la Marcha Verde y sus descendientes, que ya
alcanzan a dos generaciones, se han “saharauinizado”
y podrían no contemplar con “malos ojos” un futuro con más oportunidades y un
horizonte económico mucho más atractivo fuera de la soberanía marroquí, en un
país independiente.
Mohamed VI sabe de su “debilidad” y
también de su “fortaleza”. Necesita el control sobre el Sáhara Occidental, “a
toda costa”, por su propia supervivencia y también es consciente de su
importante papel como aliado de Occidente en la contención del terrorismo
yihadista en el norte de África y a “las puertas de Europa”. En realidad, en su
discurso, el monarca marroquí está lanzando un claro mensaje subliminal de estoy poniendo toda la carne en el asador
por mi propia supervivencia, pero también por la vuestra… ayudadme, si queréis
que pueda seguir ayudándoos contra nuestro enemigo común que no es otro que el
terrorismo yihadista…
Evidentemente “aquí todo el mundo salta
con red”, por lo que Mohamed VI sabe perfectamente la postura y la prioridad de
Occidente que, como ya hemos explicado, no es otra que evitar que el terrorismo
yihadista se asiente y se extienda por esa parte del mundo.
En la actualidad, las relaciones
bilaterales entre España y Marruecos pasan por su mejor momento… El siguiente
paso es el de consolidar esa amistad, escenificando una buena vecindad y
respeto entre los pueblos, así como anunciando una alianza estratégica, hecho
en el que el monarca alauí ya ha dado un importante paso que, sin ningún atisbo
de duda, apoyarán el resto de los actores implicados en el conflicto, que irán
anunciando la importancia de un aliado como Marruecos, al que algunas naciones,
entre ellas España, elevarán a la categoría de “socio imprescindible”.
Además del aspecto político, también es de
destacar el aspecto económico. España en particular y la Unión Europea en
general, necesita acuerdos estables y duraderos para la explotación de los
recursos pesqueros y puede que, en el futuro, un posible aprovechamiento, bajo
los parámetros de la rentabilidad económica, del resto de los recursos y
riquezas naturales del Sáhara Occidental.
Evidentemente todo lo anterior “no
entusiasma en absoluto” al Frente
Polisario que últimamente, bajo fundadas acusaciones de corrupción en lo
que se refiere a la gestión de las ayudas recibidas para los refugiados
saharauis en Tinduf, “vive sus horas más bajas”, en medio de “una impotencia”
que le impide reaccionar con las armas (para no ser acusado de incorporarse al
terrorismo yihadista).
Además, aunque el Frente Polisario ha estado declarando la presencia de 155.000 a
170.000 refugiados en la región de Tinduf, algunas organizaciones
independientes y observadores neutros calculan que el número real de refugiados
estaría comprendido entre 70.000 y 90.000 personas, a los que habría que añadir
otros 25.000 en Mauritania y 5.000 en otros países.
En lo que se refiere a la situación
militar del Frente Polisario, aunque
se esfuerce en ocultarlo, se estima que está lejos de “sus mejores tiempos”. De
los 10.000 y hasta 20.000 efectivos con los que llegó a contar, podría ser que,
en la actualidad, ese número quedara reducido a entre 2.000 y 4.000 hombres,
por lo que, al presentar un número tan claramente insuficiente para cualquier
enfrentamiento abierto con el ejército marroquí, el Frente Polisario pudiera verse tentado a decantarse por seguir la
vía del terrorismo.
Si al Frente Polisario le
diera por seguir esa vía, lógicamente el otro actor externo en el conflicto es Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), que, poco
a poco, intenta ir ganando terreno transmitiendo a las jóvenes generaciones
saharauis su mensaje de radicalización islámica, a la espera de que prenda en
los ánimos y así conseguir, además de nuevos adeptos a su causa, también y
claramente, nuevos territorios en los que asentarse y desde donde conseguir
grandes beneficios.
Conclusiones
Mohamed VI ha sabido enarbolar con
habilidad el papel de “aliado privilegiado” que tan bien desempeñó su padre
durante cuarenta años, como defensor de los intereses de Occidente en el norte
de África y como pieza fundamental en la resolución del conflicto de Oriente
Medio. Por otra parte, Occidente es conocedor de la fragilidad del régimen
marroquí, cuya situación interna podría terminar desembocando en un proceso revolucionario
en el que los islamistas saldrían probablemente vencedores.
Podría afirmarse que Marruecos está
utilizando la cuestión del Sáhara Occidental como “moneda de cambio” por su
apoyo a la lucha contra el terrorismo islámico, en estos momentos, la mayor
preocupación global. Por ello, la integración definitiva de un Sáhara más o
menos autónomo pero marroquí, sería vista en las actuales circunstancias como
una importante baza para el afianzamiento interno de Mohamed VI.
Aunque para hacer las cosas bien, evitando
reticencias y futuros desencuentros, no estaría de más que los nacionalistas
marroquíes se olvidasen de su sueño expansionista del “Gran Marruecos”, ambición del anterior rey marroquí, Hassan II,
por, además del Sáhara Occidental, hacerse con los territorios de Mauritania,
el norte de Mali, el oeste de Argelia e incluso las Islas Canarias.
Con la posible resolución a su favor del
conflicto del Sáhara Occidental, Marruecos debería comprometerse firmemente a
no volver a realizar más reivindicaciones territoriales, reforzando el papel de
la monarquía alauí dentro de sus fronteras sin tener que recurrir a buscar
“estímulos” para su población con la búsqueda de nuevos objetivos territoriales
que añadir bajo su soberanía. Mientras lo siga haciendo, Marruecos continuará
erigiéndose como “un pequeño gigante con pies de barro” y, ya se sabe… “cuanto más alto se llega, más grande es la
caída”, algo que ni Estados Unidos, ni la Unión Europea y mucho menos
España, se podrían permitir.
Quiero dedicar este reportaje a mi amigo Tomás Tenorio, del que, entre otras muchas cosas, admiro su excelente labor profesional.
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