sábado, 7 de abril de 2018

España y el Sáhara Occidental

Encajonado entre Marruecos y Mauritania, en el noroeste de África existe un pedazo de desierto, del tamaño de Nueva Zelanda, que una vez llegó a ser provincia española. Tanto es así, que incluso el territorio llegó a tener su propia matrícula (SH) y sus habitantes el Documento Nacional de Identidad Español.


Aquel vínculo político se rompió de forma desgarradora el 6 de noviembre de 1975 cuando 350.000 civiles, enarbolando banderas marroquíes y portando retratos del rey Hasan II, iniciaron la marcha hacia la última frontera de la España colonial.

Por los Acuerdos de Madrid de noviembre de 1975, España transferiría la administración del Sáhara Occidental a Marruecos y Mauritania, y abandonaría definitivamente el territorio en 1976 pero, más de cuarenta años después, el problema continúa sin resolverse y el vínculo todavía perdura…

 Antecedentes históricos

Aun teniendo en cuenta que, debido a la cercanía a las Islas Canarias, los marinos y pescadores españoles llevaban siglos recalando en las costas saharauis, y que se consideraba posesión española desde 1881, históricamente no fue hasta el año 1884 cuando las potencias de la época, en la Conferencia de Berlín, se repartieron pacíficamente el continente africano, reconociendo los argumentos presentados por España y otorgándole los derechos de colonización del territorio que, más adelante, se conocería como Sáhara Español y que surgiría de la administración de dos nuevas colonias: la de Río de Oro en el sur y la de Saguia el Hamra en el norte.

Las fronteras definitivas del territorio no quedarían trazadas hasta 1920 y su capital, El Aaiún, no se fundaría hasta 1940. También habría que esperar hasta la década de los 50 para que se empezasen a explotar los recursos naturales para tratar de costear, aunque sólo en parte, los importantes gastos que ocasionaba la presencia española en aquel alejado y poco productivo lugar del mundo.

Con la independencia de Marruecos en 1958, el Sáhara Español adquiriría jurídicamente su condición de provincia española, estatus que mantendría durante 18 años hasta la salida de España del territorio en 1976.

Aquella salida precipitada de España, por la que transfirió la administración del Sáhara Occidental, pero no la soberanía, abrió un proceso de inestabilidad en la zona en el que las Naciones Unidas y la Comunidad Internacional, en general, se han tenido que involucrar… Y en el que España, como antigua colonizadora, por intereses pesqueros, por proximidad geográfica a las Islas Canarias y como país de acogida de refugiados saharauis, ha tenido siempre un punto más de desencuentro en las, ya de por sí, complejas relaciones bilaterales con Marruecos.


El papel de España

Considerado una “reliquia” de la Guerra Fría, el conflicto del Sáhara Occidental ha sufrido una desnaturalización con el paso de los años, llegando a un punto extraño de “ni guerra, ni paz”, una situación, para muchos estanca y que, también para otros, hace tiempo debería haber concluido con un reconocimiento de independencia del territorio o, cuando menos, con un autogobierno con una amplia autonomía.

Causa del bloqueo de la integración regional, el conflicto del Sáhara viene a demostrar la incapacidad de Argelia y de Marruecos para superar la desconfianza y la hostilidad, entre los dos países, emanada de la Guerra de las Arenas de 1963. El conflicto ha servido para asentar el nacionalismo de los dos países y, también, a menudo ha conseguido poner a España en una complicada situación ya que, por un lado, no puede eludir su responsabilidad para la excolonia y, por el otro, debe de priorizar sus intereses en las complejas relaciones con un país vecino como Marruecos, con el que está obligada a entenderse y del que necesita su colaboración para múltiples asuntos.

Además, la situación geopolítica en la región ya no es la misma que hace décadas. España no sólo necesita a Marruecos como aliado al otro lado del Estrecho, sino que también necesita de él para mantener un área de seguridad frente a las Islas Canarias, ante la amenaza que supondría que determinadas zonas de la vertiente atlántica del Magreb degenerasen en Estados fallidos o en regiones sin gobierno, donde pudiesen asentarse y, por tanto, desde donde pudieran actuar con impunidad el terrorismo yihadista, la piratería, cualquier tipo de tráfico ilegal, etc.

Por tanto, al margen de los vínculos políticos, morales, afectivos o sentimentales que España mantenga en el conflicto del Sáhara Occidental, necesita que el problema se solucione con todas las garantías y eliminando, en la medida de lo posible, cualquier germen que, en el futuro, pudiera desembocar en nuevos conflictos en la zona.

Es evidente que la crisis del Sáhara Occidental mantiene hipotecada la política española en la región desde hace casi medio siglo y que una mayor involucración de España en la búsqueda de una solución al problema podría ayudar a desbloquear la situación y acercar a las partes a un hipotético entendimiento. Pero también es cierto que, dada la trayectoria y los antecedentes reivindicativos, diplomáticos, mediáticos, etc., de Marruecos, pudiera ocurrir que, después de una hipotética resolución del conflicto del Sáhara a su favor, fijara sus intereses hacia otras reivindicaciones territoriales que, además, pertenecen a España, como podrían ser Ceuta, Melilla, el Peñón de Alhucemas, el Peñón de Vélez de La Gomera, las Islas Chafarinas, el Islote de Perejil o las mismísimas Islas Canarias.

Por todo lo anterior, resultaría perfectamente comprensible que, quizás, lo mejor y más sensato para los intereses de España con respecto al conflicto del Sáhara Occidental, sea dejar las cosas como están, manteniendo la postura que tradicionalmente ha seguido y que, hasta el momento, parece no haberle ido mal. Pero también hay que entender que la actual situación de estancamiento, de “ni guerra, ni paz”, no va a durar eternamente y que, tarde o temprano, volverá a estallar un nuevo foco de riesgo e inestabilidad, por lo que, anticipándose, no estaría de más que la Comunidad Internacional volviera a retomar el reto de encontrar una solución definitiva, que intente contentar a todos y en la que, al menos lo pareciese, todos ganasen, para así ser aceptado por las partes.

En sus discursos de los últimos años, el rey de Marruecos, Mohamed VI, se ha esforzado en destacar el reforzamiento de la asociación estratégica con Francia y España. Precisamente el rey alauita ha querido realzar el papel de España y Francia como sus principales aliados, y ha esbozado que este “reforzamiento” podría abarcar la profundización en acuerdos estratégicos en ámbitos “vitales”, como la energía, las infraestructuras, el desarrollo del comercio agrícola, la lucha antiterrorista, la cooperación militar y muchos otros, entre los que podría encontrarse la búsqueda de una solución definitiva para el conflicto del Sáhara Occidental.

Porque si algo resulta primordial para la estabilidad de la monarquía marroquí y por ende la estabilidad de Marruecos como principal aliado de España, de la UE y de Estados Unidos, en el norte de África y en la lucha contra el yihadismo islámico en la región, es que el problema del Sáhara Occidental se resuelva de forma favorable para Marruecos. Una resolución en sentido contrario abriría un periodo de inestabilidad en el país, en donde otras regiones podrían verse “contagiadas” y no sería de extrañar que se produjera una cascada de peticiones reclamando más autonomía o incluso la independencia, como sería previsible que ocurriera en la región del Rif.

Evidentemente esa debilidad sería aprovechada por el islamismo yihadista más radical que, rápidamente, crearía un nuevo foco de inseguridad a las puertas de Europa, algo que ni España, ni Francia, ni la Unión Europea, ni Estados Unidos, están dispuestos a permitir y, por tanto, es fácil de adivinar que estos actores apoyarán los intereses de soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental y cooperarán con cualquier iniciativa que vaya en esa dirección… aunque antes de llegar al final la cosa vuelva a “enfriarse” porque, al fin al cabo, los intereses de Marruecos son los que son, y todos conocen sus antecedentes y sus ambiciones expansionistas, con lo que tampoco nadie está dispuesto a abrir un nuevo frente de conflictos.   

Además, y llegados a este punto, el rey marroquí ni siquiera puede “fiarse de los suyos”, es decir, en el caso de que próximamente hubiese un referéndum sobre la autodeterminación o posible independencia del Sáhara Occidental, tal y cómo mantiene la ONU, la realidad dice que los colonos marroquíes introducidos en el territorio tras la Marcha Verde y sus descendientes, que ya alcanzan a dos generaciones, se han “saharauinizado” y podrían no contemplar con “malos ojos” un futuro con más oportunidades y un horizonte económico mucho más atractivo fuera de la soberanía marroquí, en un país independiente.

Mohamed VI sabe de su “debilidad” y también de su “fortaleza”. Necesita el control sobre el Sáhara Occidental, “a toda costa”, por su propia supervivencia y también es consciente de su importante papel como aliado de Occidente en la contención del terrorismo yihadista en el norte de África y a “las puertas de Europa”. En realidad, en su discurso, el monarca marroquí está lanzando un claro mensaje subliminal de estoy poniendo toda la carne en el asador por mi propia supervivencia, pero también por la vuestra… ayudadme, si queréis que pueda seguir ayudándoos contra nuestro enemigo común que no es otro que el terrorismo yihadista

Evidentemente “aquí todo el mundo salta con red”, por lo que Mohamed VI sabe perfectamente la postura y la prioridad de Occidente que, como ya hemos explicado, no es otra que evitar que el terrorismo yihadista se asiente y se extienda por esa parte del mundo.

En la actualidad, las relaciones bilaterales entre España y Marruecos pasan por su mejor momento… El siguiente paso es el de consolidar esa amistad, escenificando una buena vecindad y respeto entre los pueblos, así como anunciando una alianza estratégica, hecho en el que el monarca alauí ya ha dado un importante paso que, sin ningún atisbo de duda, apoyarán el resto de los actores implicados en el conflicto, que irán anunciando la importancia de un aliado como Marruecos, al que algunas naciones, entre ellas España, elevarán a la categoría de “socio imprescindible”.

Además del aspecto político, también es de destacar el aspecto económico. España en particular y la Unión Europea en general, necesita acuerdos estables y duraderos para la explotación de los recursos pesqueros y puede que, en el futuro, un posible aprovechamiento, bajo los parámetros de la rentabilidad económica, del resto de los recursos y riquezas naturales del Sáhara Occidental.

Evidentemente todo lo anterior “no entusiasma en absoluto” al Frente Polisario que últimamente, bajo fundadas acusaciones de corrupción en lo que se refiere a la gestión de las ayudas recibidas para los refugiados saharauis en Tinduf, “vive sus horas más bajas”, en medio de “una impotencia” que le impide reaccionar con las armas (para no ser acusado de incorporarse al terrorismo yihadista).

Además, aunque el Frente Polisario ha estado declarando la presencia de 155.000 a 170.000 refugiados en la región de Tinduf, algunas organizaciones independientes y observadores neutros calculan que el número real de refugiados estaría comprendido entre 70.000 y 90.000 personas, a los que habría que añadir otros 25.000 en Mauritania y 5.000 en otros países.

En lo que se refiere a la situación militar del Frente Polisario, aunque se esfuerce en ocultarlo, se estima que está lejos de “sus mejores tiempos”. De los 10.000 y hasta 20.000 efectivos con los que llegó a contar, podría ser que, en la actualidad, ese número quedara reducido a entre 2.000 y 4.000 hombres, por lo que, al presentar un número tan claramente insuficiente para cualquier enfrentamiento abierto con el ejército marroquí, el Frente Polisario pudiera verse tentado a decantarse por seguir la vía del terrorismo.

Si al Frente Polisario le diera por seguir esa vía, lógicamente el otro actor externo en el conflicto es Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), que, poco a poco, intenta ir ganando terreno transmitiendo a las jóvenes generaciones saharauis su mensaje de radicalización islámica, a la espera de que prenda en los ánimos y así conseguir, además de nuevos adeptos a su causa, también y claramente, nuevos territorios en los que asentarse y desde donde conseguir grandes beneficios.

Conclusiones

Mohamed VI ha sabido enarbolar con habilidad el papel de “aliado privilegiado” que tan bien desempeñó su padre durante cuarenta años, como defensor de los intereses de Occidente en el norte de África y como pieza fundamental en la resolución del conflicto de Oriente Medio. Por otra parte, Occidente es conocedor de la fragilidad del régimen marroquí, cuya situación interna podría terminar desembocando en un proceso revolucionario en el que los islamistas saldrían probablemente vencedores.

Podría afirmarse que Marruecos está utilizando la cuestión del Sáhara Occidental como “moneda de cambio” por su apoyo a la lucha contra el terrorismo islámico, en estos momentos, la mayor preocupación global. Por ello, la integración definitiva de un Sáhara más o menos autónomo pero marroquí, sería vista en las actuales circunstancias como una importante baza para el afianzamiento interno de Mohamed VI.

Aunque para hacer las cosas bien, evitando reticencias y futuros desencuentros, no estaría de más que los nacionalistas marroquíes se olvidasen de su sueño expansionista del “Gran Marruecos”, ambición del anterior rey marroquí, Hassan II, por, además del Sáhara Occidental, hacerse con los territorios de Mauritania, el norte de Mali, el oeste de Argelia e incluso las Islas Canarias.

Con la posible resolución a su favor del conflicto del Sáhara Occidental, Marruecos debería comprometerse firmemente a no volver a realizar más reivindicaciones territoriales, reforzando el papel de la monarquía alauí dentro de sus fronteras sin tener que recurrir a buscar “estímulos” para su población con la búsqueda de nuevos objetivos territoriales que añadir bajo su soberanía. Mientras lo siga haciendo, Marruecos continuará erigiéndose como “un pequeño gigante con pies de barro” y, ya se sabe… “cuanto más alto se llega, más grande es la caída”, algo que ni Estados Unidos, ni la Unión Europea y mucho menos España, se podrían permitir.

                                                                                                       Ángel Alonso

Quiero dedicar este reportaje a mi amigo Tomás Tenorio, del que, entre otras muchas cosas, admiro su excelente labor profesional.

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