sábado, 14 de julio de 2018

Las Fuentes del Nilo y la exploración de África

Cuna de la Humanidad y continente misterioso donde los haya, con su llamada, África ha atraído a los espíritus más inquietos desde la más remota antigüedad.


 Desde los egipcios a Livingstone

Allá por el 600 años antes de Cristo, se cree que el faraón egipcio Neko mandó organizar una expedición de circunnavegación que consiguió adelantarse 2.100 años a Vasco de Gama en su descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza.

Más tarde y según se conoce gracias a la documentación que nos ha llegado hasta nuestros días, entre los siglos VI y V antes de Cristo, Hannon de Cartago dirigió una expedición naval que el senado cartaginés había decidido emprender con el fin de fundar nuevas colonias en la costa atlántica de África. Se sabe que Hannon partió con 60 naves, de 50 remos cada una, con 30.000 personas a bordo, entre hombres y mujeres, destinadas a poblar las nuevas colonias. El cartaginés Hannon partió del actual Túnez navegando hacia poniente, superó las Columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar), dobló el Cabo Verde y, quizás, llegó a la isla de Fernando Poo, en el Golfo de Guinea. También es conocido que, de regreso a Cartago donde relató sus descubrimientos y experiencias, visitó las Islas Canarias.

Pero aún tenían que transcurrir varios siglos para que, con los albores del XIX, llegase la época dorada de la exploración y el inmenso espacio en blanco con que aparecía el interior de África en los mapas se perfilase como el escenario de azarosos viajes. Hombres, y también mujeres, de diversas nacionalidades de Europa y Norteamérica, realizaron largos viajes llamados por el enigma y el desafío de un continente que todavía presentaba grandes extensiones aún por conocer.


Grandes personajes de la exploración y muchos otros menos conocidos o totalmente ignotos, se internaron en territorios remotos en busca de aventuras, persiguiendo fama y fortuna, abriendo rutas hasta entonces ignoradas para el hombre occidental. Para ello vivieron los peligros de una naturaleza en estado salvaje y sufrieron enfermedades hasta entonces desconocidas. Pero también suyos fueron los ojos de los primeros blancos que observaron paisajes de una belleza sobrecogedora y fueron ellos también, con el relato de sus increíbles aventuras africanas, quienes alentaron los sueños viajeros de las posteriores generaciones.

Durante varias décadas, hombres y naciones ponían en juego empeño y orgullo, en pos del prestigio del hallazgo de nuevas referencias geográficas y del levantamiento de mapas que facilitasen la colonización de los territorios descubiertos. De todos los objetivos, el más perseguido por los grandes exploradores del siglo XIX fue el de la localización del nacimiento del río Nilo. Muchos se equivocaron de lleno, pero descubrieron el corazón de África a los occidentales.

Descubrir y situar finalmente Las Fuentes del Nilo acaparó por decenas de siglos los sueños de exploración de aventureros y científicos. Ya en tiempos de los faraones de Egipto se sabía que el gran río se extendía más al sur del País de Nubia, actual Sudán, y se hablaba de las Montañas de la Luna como su origen. Alrededor del año 450 antes de Cristo, un grupo de exploradores griegos alcanzaron el punto que une el Nilo Blanco y el Nilo Azul. Y más tarde, el emperador romano Nerón llegó a enviar una expedición en el año 66 en busca de unas montañas de las que todo el mundo hablaba pero que tenían una localización muy remota, quizás debido a las nubes permanentes que las cubren.


En el año 150 el geógrafo griego Ptolomeo, que vivió en Alejandría, dibujó un extraordinario mapa del río Nilo en el que aparecen varios lagos y montañas cubiertas de nieve de las que había oído hablar a mercaderes y, sorprendentemente, sitúa el nacimiento del Nilo Blanco y las Montañas de la Luna no muy lejos del punto en donde hoy se encuentra el llamado Macizo del Ruwenzori, situado entre los Lagos Alberto y Eduardo.

A principios del siglo XIX, la isla de Zanzíbar, que significa “tierra de los negros” y que está situada en el Océano Índico frente a la actual Tanzania, era el lugar de entrada y salida de todas las expediciones al interior del África Oriental. Punto de encuentro de nativos, de asiáticos, de occidentales y de traficantes árabes de esclavos y de marfil, allí se contaban historias sobre grandes lagos y montañas en el corazón de África de las que nacía un gran río… ¡Tenían que ser Las Fuentes del Nilo!

Tras varias y durísimas expediciones de exploración y descubrimiento, por fin el 28 de julio de 1862 John Hanning Speke alcanza el punto en el que el Nilo abandona el Lago Victoria en su camino hacia el Mediterráneo. El desagüe forma unas cataratas a las que Speke denominó Ripon Falls (en honor al entonces presidente de la Royal Geographical Society), y que hoy se conocen como las Owen Falls, lugar en el que se ha construido una presa para producir energía eléctrica. Una vez decidido que aquel curso de agua era el inicio del Nilo, la expedición siguió el río hasta Khartoum, en Sudán, desde donde Speke envió un telegrama a Londres: “El Nilo ha sido fijado”.


Sin embargo, las carencias de Speke como geógrafo y explorador dejaron aún muchas dudas sobre la ubicación definitiva de las míticas Fuentes del Nilo. Y fue por eso por lo que, en 1866, la Royal Geographical Society de Londres encarga al más reputado y prestigioso explorador británico del continente africano una nueva expedición que debía resolver y fijar de una manera concluyente el escurridizo nacimiento del río más importante de África… Sería el tercer y último viaje al continente del explorador, doctor en Medicina y misionero escocés: David Livingstone.


El Doctor Livingstone, supongo

Después de varios años de intensa exploración, las afirmaciones de John Hanning Speke no habían conseguido situar oficialmente el nacimiento del río Nilo en el Lago Victoria. Su escasa precisión y su falta de conocimientos le habían llevado a cometer grandes errores geográficos que hacían que, incluso, en algún tramo de su recorrido “el Nilo fluyera cuesta arriba”. Estas y otras circunstancias, como su extraña muerte en accidente de caza horas antes de un careo con su antiguo compañero Richard Burton, hicieron que la gloria de Speke fuese fugaz y que la Royal Geographical Society de Londres decidiese resolver, de una vez por todas, el enigma de la ubicación de Las Fuentes del Nilo encargando una nueva expedición al explorador británico más prestigioso del continente africano… El 13 de agosto de 1865 una nueva expedición parte hacia la isla de Zanzíbar. Tras el Zambeze y el Luanda, otro río, en esta ocasión, el padre de todos los ríos entraba en el destino del médico y misionero escocés David Livingstone.

Tan sólo fueron necesarios unos meses como evangelizador para que, en 1841, un joven Livingstone comprendiese que no tenía vocación de misionero y sí de explorador. Su insaciable curiosidad le empujó a abandonar la misión de Kuruman, situada a orillas del sur del desierto del Kalahari, para adentrarse hacia el norte en un continente africano prácticamente inexplorado en su interior. Durante sus treinta y tres años de andanzas por África, David Livingstone llegó a escribir más de un millón de palabras con las que recopiló todo tipo de informaciones sobre flora, fauna, geografía y costumbres de los habitantes de las regiones que recorrió. También dibujó millares de mapas y bocetos. Incluso en las condiciones más duras, con cualquier tipo de papel y la tinta que él mismo extraía de ciertas plantas, Livingstone no dejó ni un solo día de plasmar sus descubrimientos y observaciones.


En abril de 1866, Livingstone llega al continente en la desembocadura del río Ruvuma, en el Índico, para enfrentarse a su gran y último reto. Además de establecer la ubicación de Las Fuentes del Nilo, debía de investigar la estructura de las cuencas de los grandes ríos centroafricanos y, por último, descubrir las fuentes del río Congo y, a ser posible, remontarlo hasta su desembocadura. Desde las costas del Índico, el explorador escocés alcanza el Lago Nyassa, en Malawi. En los cinco primeros meses de expedición sus hombres desertan robándole los animales de carga, el material y las medicinas. Tan sólo once permanecen con él, incluidos sus dos fieles y antiguos compañeros africanos de anteriores viajes, Susi y Chamah.

Hasta mediados de 1871 Livingstone recorre los Lagos Tanganica, Gweru y Bangweulu, llegando hasta la desembocadura del río Lualaba en el río Congo, soportando enfermedades, desnutrición y el ataque de tribus hostiles. Muy enfermo y con terribles dolores consigue llegar al poblado de Ujiji, uno de los puntos clave del comercio de marfil y de esclavos… Por aquel entonces el gran azote de aquella zona del mundo.


En octubre de 1871, cuando todo parecía ya perdido para el explorador, médico y misionero británico, su asistente africano Susi se acercó corriendo a la choza de Livingstone gritando: “¡Un inglés!”. Acababa de entrar en escena un periodista norteamericano, nacido en Gales, y enviado al África Ecuatorial por un diario de Nueva York.

Fue algunos meses antes cuando al director del New York Herald se le había ocurrido la gran idea y llamó al hombre que necesitaba… Un periodista y viajero que respondía al nombre de Henry Morton Stanley, aunque su verdadero nombre era James Gordon Bennet. El mensaje era claro: encontrar a Livingstone que llevaba ya cinco años misteriosamente desaparecido.

Después de una larga travesía, Stanley halló a un extenuado Livingstone en Ujiji, al nordeste del lago Tanganica, el 10 de noviembre de 1871. El emocionante encuentro entre los dos únicos hombres blancos en miles de kilómetros alrededor, fue relatado por Stanley de este modo:

“Mientras avanzaba lentamente hacia él pude observar su palidez y su aspecto de fatiga: llevaba pantalón gris, chaquetón rojo y una gorra azul con galoncillo de oro. Hubiera querido correr hacia él, pero me acobardaba la multitud de negros y de árabes que lo rodeaban. Hubiera querido abrazarle, pero era escocés e ignoraba cómo me recibiría... Me acerqué hacia él y le dije a la par que me descubría:

- El doctor Livingstone, supongo.

- Sí, señor –contestó con benévola sonrisa y descubriéndose a su vez... Entonces nos estrechamos las manos.”


Stanley permaneció cinco meses socorriendo a un escuálido y enfermo Livingstone a quién hacía dos años que se le habían acabado las medicinas. Sin embargo, no fue capaz de disuadirle de que, apenas ligeramente repuesto, iniciara una nueva expedición en busca de su sueño: las legendarias Fuentes del Nilo. El mismo enigma que Julio César, Erastóstenes de Cirene o Tolomeo lamentaron no haber descifrado.


David Livingstone moriría poco después, el 30 de abril de 1873, víctima de la disentería sin haber alcanzado su meta. No obstante, es de destacar su gran labor como explorador y luchador contra la opresión. Sus últimos pensamientos, que dejó escritos, fueron en contra de la esclavitud que había podido ver desde muy cerca:

“Desde mi soledad todo lo que puedo decir es: Ojalá la misericordia del cielo caiga sobre cualquier americano, inglés o turco, para así erradicar esta lacra del mundo.”

Dice la leyenda que encontraron a Livingstone al pie de un árbol, muerto y reclinado en posición orante. Sus dos fieles ayudantes extrajeron su corazón y sus vísceras y las enterraron en el lugar donde murió y embalsamaron el resto del cuerpo para transportarlo en brazos hasta Zanzíbar, desde donde fue repatriado a Londres y enterrado con todos los honores en la Abadía de Westminster. Al igual que parte de sus restos, el recuerdo de David Livingstone permanece aún presente en el corazón de África…

Tras volver a Londres, en 1872, la popularidad de Stanley se hallaba en su momento más importante. Era el hombre que había encontrado al Doctor Livingstone en el interior de África y aquello decidió a los periódicos New York Herald y el London Daily Telegraph a subvencionar a Stanley una nueva expedición. Esta vez se trataba de continuar los trabajos de Livingstone y, ¿cómo no?, fijar de manera definitiva Las Fuentes del Nilo.


En 1874 el periodista y explorador sale de Zanzíbar hacia el interior del continente, llega a la orilla sur del Lago Victoria y decide circunnavegarlo en canoa. Durante el recorrido tiene que librar varias escaramuzas con las tribus que habitan las orillas del lago y logra visitar al rey Mutesa de Buganda, actual Uganda, estableciendo los inicios de la influencia británica en aquellos territorios.

En su siguiente etapa Stanley se dirige hacia el sur y circunnavega el Lago Tanganica tratando de hallar, sin éxito, alguna conexión con el Nilo. Más tarde decide adentrarse hacia el oeste y recorrer el río Lualaba, afluente del río Congo, sin encontrar conexión alguna con el Nilo. Cuando llega a la desembocadura del Lualaba con el Congo, decide navegar el gran río centroafricano hasta su desembocadura en el océano Atlántico, siendo la primera expedición en atravesar África de este a oeste. Con este recorrido Stanley dejó prácticamente demostrado que Speke tenía razón y que Las Fuentes del Nilo se encontraban al norte del Lago Victoria.


Sin embargo y después de todo, hoy en día los geógrafos sitúan el nacimiento del Nilo en las corrientes que fluyen hacia el río Cajera en las tierras altas de Burundi, concretamente en el río Luvironza. No obstante, a John Hanning Speke le serán reconocidos los honores y pasará a la historia como el descubridor de Las Fuentes del Nilo.

Ángel Alonso

 …Dedicado a tres grandes exploradores,
Alfonso, Miguel Ángel y Alejandro…

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